agradecimiento y un estímulo para tantas religiosas contemplativas,
encerradas tras los muros de su convento. Sus vidas, aparentemente
inútiles, son como llamas de fuego que se elevan al cielo y
que arden ininterrumpidamente ante el Señor, como la lámpara del
sagrario. Ellas son un holocausto de amor, pues se dejan quemar
totalmente por Dios, se dejan utilizar o inutilizar por El para que el
mundo pueda comprender que hay algo más importante que el
trabajo físico o que el dinero y las cosas materiales. Por encima de
esto, efímero y pasajero, están las realidades del espíritu y la
presencia amorosa de Dios en nuestras vidas.
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