es decir, a la santidad. Y todos están llamados a
santificarse por una conformidad amorosa con la voluntad
de Dios, afirmada día a día mediante la fidelidad y el
abandono. En efecto, en la fidelidad incondicional a lo que
Dios quiere –voluntad divina claramente significada por la
fe y los mandamientos– y en el abandono confiado a lo
que Dios quiera –voluntad divina manifestada en las circunstancias
cambiantes de la vida–, el cristiano halla, por
las pequeñas cosas de cada día, su camino fundamental
hacia la santidad. Y esta vía principal de perfección es común
a sacerdotes, religiosos y laicos.
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